quiero escribirte como si fueras a entenderme.
se me escapan las almas entre los dedos, como líquidos grises de la bitácora en la que nunca podrás adentrarte.
la pava marca la hora del té, las tartas rebosantes de alegría apestada de azúcar, blancas, amarillas.
y a la imagen inmóvil le dedico cinco segundos de pensamiento entre palabras y sinsentidos, cinco segundos de disparen, luego apunten, luz y sombra.
a la imagen le dedico horas y horas de transgresión, de pullóveres enormes que cubren lo que no hay que observar, los americanos a la hora del té, los americanos a la hora de dormir, cuando suena el teléfono y quiero correr de miedo a esconderme bajo el almohadón de plumas que ni me pertenece.
a la imagen inmóvil esto, una torre titilante y cinco segundos de pensamiento sinsentido, guantes y boinas, narices de colores. a la imagen inmóvil un grito ahogado, o mejor que sean dos. como el agujero que empezó siendo inofensivo, hasta que dejó pasar el frío helado de un miércoles de silencio en el agua transparente que no te reflejó.
necesitaba la compañía angustiante, pero el conformismo y los americanos a la hora del té, luego la pirámide invertida y el deja vú llegaron para quedarse, junto con los tenedores y los cuchillos de plástico que no lograron dañar, en lo más mínimo, la imagen inmóvil.
dueña de mis palabras, de mis silencios, de mis arranques de fatalismo, del gris y del negro, del tablero de ajedrez iluminado, del fuego, de todos los fuegos y del cielo al que nunca llego, ni con una piedrita que prefiero no patear.
el horror.
el horror y la imagen inmóvil y mis reiteraciones y lo que dejé en el presente para moverme dos casilleros hacia adelante, como en el tablero de ajedrez iluminado, como si patear la piedrita me dejara de paso en el cielo, junto con el chino que cruza y cruza abbey road.
el horror.
y la imagen inmóvil y mis sinsentidos a la hora de dormir con los americanos, mary tiene ojos verdes y me endulza el té y el alma con azúcar negra.
la digestión y la indigestión y el tablero de ajedrez iluminado, los guantes a medio terminar y una baguette de quesos derretidos, cuando todo lo que quiero es teñir mi nariz de un color distinto y fumar de esa pipa con ese señor que no me mira pero que me espía, porque todos tenemos un secreto por contar.
en mi caso, en mi caos, es el de la imagen inmóvil.
ojalá con un soplido del alma se desvaneciera en ocho pedazos distintos, y los dos restantes me llevaran al cielo que queda de paso, como el café que pago con las monedas del bolsillo que no tiene un agujero.
porque a veces soy precavida.
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