cecilia estaba parada frente a una gran maquinaria de tuercas y ruedas y espacios circulares que accionaban un motor que vaya a saber uno qué.
quiero decir, esto es lo que vi cuando cerré los ojos por veinte minutos. por favor, por favor quedate dormida, no, no, no, conformate con el silencio de la calle de madrugada. ni un maldito auto con regetón.
cecilia tenía las manos juntas, tensas, a la altura del estómago, apretaban una cuerda gruesísima.
me refiero a que la imagen era estática y me provocaba arcadas, movimiento violento del estómago, anterior o simultáneo al vómito (sic), como si el solo hecho de imaginar a cecilia en esa situación fuera debacle, puro sismo revelador. una aparición. lo cierto es que las cincuenta cuadras de caminata habían dado como resultado ciertos estímulos. todos, por donde se los mire, igual de aterradores.
entonces, cecilia soltaba la cuerda, fuerte como vaya a saber qué barco a la deriva, y esta retrocedía a gran velocidad, como un grupo de caballos de libertad, se empujaba hacia arriba como si algo más grande que todo esto tironeara del otro lado, algo más siniestro: alejar a la cuerda de cecilia es, sin dudas, un acto de tiranía.
"estoy lista para soltar, estoy lista para soltar". maldito bicho caminando por la pantalla brillante, sos como el punto de la película que vi hoy, hay que aprender a cerrar un ojo y focalizarse en eso, la vida pasa de arriba abajo y a quién le importa si en las manos tengo una cuerda, tengo un recuerdo, te tengo a vos o a la mismísima virgen que me pide a gritos que la saque de la billetera olvidada en un cajón.
lo cierto es que cecilia soltó la cuerda, gruesísima era. lo cierto es, también, que muy dentro de esa cabeza inesperada, cecilia espera que la bendita cuerda cobre vida y, cual serpiente venenosa, se arrastre entre medio de los grasosos engranajes de la maquinaria enorme que ella mira con ojos incrédulos ya. despacio, como sin movimiento aparente, un caminar imperceptible pero seguro, real, como los ojos que miran, expectantes ahora.
es solo eso, un reloj que marca la hora fugaz, un sueño, escuchar música que huele a frío para que el aire gélido que despide la máquina sea reemplazado por aquél de la nieve que me habla en otro idioma. yo ya no sé más que hacer conmigo más que entregarme al pensamiento fatal de que todo tiene que ver con mi persona, de que nada tiene que ver al fin con esto, de que, si bien es necesario aceitar todo, también conviene tener cuidado con los resbalones.